Octavio Rodríguez Araujo

Octavio Rodriguez Araujo

Octavio Rodríz Araujo
Gibrán Ramírez Reyes
Octavio Rodríz Araujo

Pese a su dominio general, los caminos de las derechas en México distan mucho de ser claros, con trayectoria definida....

Espiral
Estudios sobre Estado y Sociedad, México,
Vol. XXII, núm. 62, enero-abril de 2015.

Reseña de Gibrán Ramírez Reyes
Estudiante de la maestría en Ciencia Política de El Colegio de México A.C.

El único gobierno de izquierda en México ha sido el de Lázaro Cárdenas del Río. Antes y después dominaron las derechas, tanto dentro del gobierno como fuera de él. Incluso figuraron como oposición, a veces férrea, de gobiernos previos y posteriores a la Revolución. La izquierda, contrariamente a la retórica oficial, ha sido una excepción en el gobierno y débil como oposición durante la mayor parte de la historia mexicana. Pese a su dominio general, los caminos de las derechas en México distan mucho de ser claros, con trayectoria definida. A la inversa: hubo muchas corrientes, cada una con diversas agrupaciones, entreveradas unas con otras. Integristas católicos, simpatizantes del nazismo y el fascismo, racistas mexicanistas, liberales modernizadores, anticomunistas, priistas y panistas neoliberales; todos ellos forman parte de un conjunto abigarrado y complejo que Octavio Rodríguez Araujo desentraña, interpreta y explica en Derechas y ultraderechas en México. En la exposición panorámica que aquí me propongo puedo caer en esquematismo, contrario a lo que hace el libro, denso en información que contextualiza y complejiza la interpretación que a continuación presento.
Algunas veces es difícil encontrar las similitudes entre las organizaciones que se presentan o identifican como derechistas, y para hacerlo, el autor pone muy en claro las coordenadas que permiten comprender los vínculos que unas tienen con otras. El libro es sólido conceptualmente, pero no se deja dominar por la teoría, pues las claves teóricas son solo las mínimas necesarias para no caer en confusiones. La derecha, se dice, se asocia al conservadurismo en el sentido de reproducción de un sistema, aunque también puede ser definida como reaccionaria. Lo que la caracteriza es la defensa de los intereses dominantes y es, al contrario de las izquierdas, opuesta a las tendencias al igualitarismo. La ultraderecha, aunque con los mismos valores, es más ideológica y con tendencias totalitarias. Así, no son valores particulares los que se asocia con la derecha, como suele pensarse, pues dependiendo de la circunstancia histórica, esta se puede asociar al ideario liberal y democrático o ser antiliberal y fascista, mientras afirme la dominación que da lugar a la desigualdad.
Ya trazada la orientación teórica, una de las mayores virtudes del libro es que nos permite ver momentos de suma importancia para la formación de las derechas mexicanas. Asimismo, nos permite dilucidar las corrientes sociales que estos hechos desataron, impulsaron o polarizaron. A lo largo casi todas sus líneas, el peso de la argumentación descansa sobre la historia. Según mi lectura, Rodríguez Araujo descubre las raíces históricas y narra el curso de, por lo menos, cuatro corrientes sociales y dos rasgos estructurales de las derechas mexicanas. Las corrientes sociales son el nacionalismo xenofóbico, el anticardenismo, el anticomunismo y el antilaicismo. Los dos factores estructurales son el poder de la clase empresarial, nacional y extranjera asentada en el país, y el poder de la Iglesia católica, indisociable del ímpetu de sus organizaciones de laicos. Cada corriente y rasgo es representado en mayor o menor medida por diferentes organizaciones.
Por lo que concierne a los rasgos estructurales puede decirse que tanto la Iglesia como los empresarios son los promotores principales de las organizaciones de derecha y ultraderecha. La primera fue protagonista sobre todo durante la primera mitad del siglo XX, los segundos durante la otra, aunque no haya sido debido a que la Iglesia perdiera peso en el régimen. Esta, aunque fue anticardenista, anticomunista y nacionalista -al menos en el discurso-, tal como las otras derechas, tiene una trayectoria que puede verse en el largo plazo yendo del antilaicismo al anticomunismo para volver al antilaicismo. Los empresarios, que no fueron un actor particularmente fuerte en el primer régimen postrevolucionario, encontraron su lugar privilegiado a partir del gobierno de Miguel Alemán e influyeron de forma determinante en el desarrollo de las derechas, primero, asociados al modelo de desarrollo industrializador que incubó su poder y canonjías conservadas hasta el presente, después, adaptados al modo neoliberal del capitalismo. El poder de estos actores se encuentra en todo el libro y sirve de marco para comprender las corrientes sociales que ahora describiré.
Las raíces del nacionalismo xenofóbico pueden encontrarse por lo menos en dos factores: el carácter extranjerizante del desarrollo económico durante el Porfiriato y la repatriación masiva de mexicanos que trabajaban en Estados Unidos en la postrevolución. Por una parte, durante el Porfiriato se dieron facilidades para la inversión extranjera, lo que de inmediato convirtió a los extranjeros en la encarnación de la explotación y sobreexplotación de obreros y peones mexicanos. Por otra parte, en 1929, como efecto de la crisis en Estados Unidos, fueron repatriados casi veintiséis mil mexicanos, lo que continuaría, con más de cien mil deportaciones en los dos años siguientes hacia el país con alrededor de dieciséis millones y medio de habitantes que entonces era México. Esto, desde luego, encontró una reacción del gobierno mexicano, el cual tuvo que suplir desde el mercado interno el empleo a los deportados, en su mayoría obreros calificados; para lograrlo prohibió la entrada de trabajadores extranjeros, lo que coincidió con una campaña nacionalista en pro de la raza, con prácticas que tendían a afirmar la mexicanidad cultural y económicamente, como los llamados domingos nacionales, en los que se vendían productos mexicanos y se pronunciaban discursos patrióticos. La política de migración -narra el autor- fue clasista e injusta, y castigó a "personas de raza negra y amarilla", a judíos comerciantes y a quienes, por su nacionalidad, eran considerados probables gitanos. De esta tendencia fueron emblemáticos los Camisas Doradas, agrupados en la Acción Revolucionaria Mexicanista; un grupo que pedía "llevar a cabo campañas de exterminio en contra de los 30 000 judíos en México". Quizá otro de los momentos principales de esta corriente de las derechas pueda verse en el gobierno de Miguel Alemán, el cual recicló la política de unidad nacional, aunque convenientemente añadiendo el anticomunismo y el catolicismo presentes en la doctrina de la mexicanidad de Sánchez Taboada, presidente del PRI por aquellos años.
El anticardenismo, aunque provino del propio partido en el gobierno y de los grupos afines a Plutarco Elías Calles, encuentra alimento en otras corrientes que son menos visibles o menos destacadas por la historiografía. Uno de los hechos que lo definen es, sin duda, la expropiación de la industria petrolera, otro determinante es "el temor al fortalecimiento de la organización de los trabajadores" , sobre todo a partir de la permisividad de las manifestaciones obreras en las calles y el surgimiento de la Confederación de Trabajadores de México con un liderazgo declarado socialista, que a su vez fue pieza clave del nuevo partido del gobierno. Cabe anotar que este partido, el de la Revolución Mexicana, además de defender "una democracia de los trabajadores", pretendía ser la realización mexicana de la estrategia de Frentes Populares contra el fascismo, adoptada por Cárdenas pero originalmente de los partidos de la Internacional Comunista. Esta política y otras, como el apoyo a la República Española, le granjearon a Cárdenas enemigos dentro y fuera del gobierno. Sin embargo, el anticardenismo sobrepasó, con mucho, el periodo de gobierno referido: como el cardenismo, constituyó una identidad política que se mantuvo a lo largo del siglo XX. La organización más emblemáticamente anticardenista fue y es el Partido Acción Nacional, de cuyo curso da puntual cuenta el trabajo de Rodríguez Araujo.
Asociado al anticardenismo se encuentra el anticomunismo y, más en general, el antisocialismo, una fuerza social a veces furiosa, encaminada a la limitación -o eliminación- de aquel que el autor define como un enemigo más inventado que real, pero que sentó una base definitoria para las organizaciones de derecha y ultraderecha por igual. En la raíz de esta corriente encontramos la fuerte influencia de Estados Unidos y el entorno internacional. Las fechas no mienten: en 1939, por citar un ejemplo, se funda el Partido Revolucionario Anticomunista, de breve existencia. Después, con la Guerra Fría, y particularmente con la revolución cubana, el antisocialismo apasionado tendrá un nuevo aire. El anticomunismo puede encontrarse prácticamente en todas las derechas, pero tiene momentos privilegiados en el almazanismo -un movimiento electoral surgido para la contienda presidencial de 1940- o en el vasconcelismo de los últimos tiempos. Después puede advertirse una especie de macartismo mexicano, como en el congreso anticomunista de 1950, donde se propuso que el gobierno mexicano fuera limpiado de comunistas.
El antilaicismo postrevolucionario, por su parte, surge directamente como oposición a la Constitución de 1917 -particularmente al artículo 130, y después al 3- y, como resultado de lo mismo, en la llamada Cristiada, la guerra civil entre 1926 y 1929 que se libró con la demanda de grandes sectores católicos de eliminar los elementos progresistas en materia religiosa de la Constitución y sus leyes reglamentarias. Con ese objetivo, se creó la Liga Nacional para la Defensa Religiosa; una agrupación que incluyó a la Unión de Damas Católicas Mexicanas, a la Asociación Nacional de Padres de Familia y a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana; todas, organizaciones tradicionales de la ultraderecha. La organización política más conocida en contra del laicismo fue sin duda la Unión Nacional Sinarquista, un auténtico movimiento de masas. Como otras corrientes de la derecha mexicana, el antilaicismo tomó fuerza de nuevo en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando se anotó un triunfo muy significativo en sus batallas constitucionales. Las corrientes descritas pueden entenderse como tipos ideales, pues nunca se presentaron solas y en formas puras. Son sus combinaciones y contrastaciones las que dan una guía certera para comprender las derechas de antes y las de hoy. Curiosamente, cuando todas ellas se congregaron en una organización no se consiguió estabilidad. En el libro esta situación (la estabilidad) puede encontrarse una sola vez: en el Partido Nacionalista de México, el cual se fundó en 1951 y dejó de existir en 1964, víctima de las contradicciones de sus corrientes.

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Con una escritura clara y nítida, el autor de Derechas y ultraderechas en México responde a casi todas las preguntas que podrían surgir en los temas que aborda: si el PAN y el PRI han sido siempre partidos de derecha, qué significó la doctrina social de la Iglesia, y si esta puede ser comprendida en tales coordenadas, etc. Puede ser que el único tema que permanece inasible es el de las bases sociales de las derechas neoliberales. ¿Es porque estas las constituyen más individuos desorganizados que organizaciones y, por lo mismo, son más difíciles de encontrar y de caracterizar?
El ensayo de Rodríguez Araujo es la única interpretación global del curso histórico de las derechas en México. Las obras más conocidas al respecto, entre las que destaca la de Gastón García Cantú , son fotografías de momentos emblemáticos o compilaciones de documentos explicados parcialmente pero no en conjunto. Llama la atención que haya mucha más bibliografía sobre las tendencias políticas del siglo XIX y las disputas entre liberales y conservadores, que la que hay sobre grandes tendencias en el siglo XX (pese al crecimiento y diversificación del área de estudiosos dedicada a las ciencias sociales en este mismo periodo).
Quizá falte, para el estudio de las derechas, distancia y perspectiva temporal, lo cual, acaso, responde, por un lado, a que la historia del presente no es una de las especialidades más desarrolladas en la academia mexicana; y, por el otro, a que el estudio de las ideologías se considera superado. La más reciente contribución de Rodríguez Araujo es, por las razones aludidas, meritoria y polémica; reivindica, en la práctica, el potencial analítico de las categorías derecha e izquierda. Quien llegara a necesitar una estructura sobre la cual construir una densa historia de las derechas mexicanas, sobre todo las desarrolladas en el siglo XX, ya tiene una base desde la cual partir. Evidentemente, la puerta queda abierta para interpretaciones posteriores que maticen o discutan la aportación de Octavio Rodríguez Araujo.


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