Octavio Rodríguez Araujo

Octavio Rodriguez Araujo

Octavio Rodríz Araujo
Gibrán Ramírez Reyes
Octavio Rodríz Araujo

En general, se trata de una mirada crítica, global, rigurosa y quizá muy polémica, a los avatares de las izquierdas....

(Reseña de Octavio Rodríguez Araujo, Las izquierdas en México, México: Orfila, 2015. 187 pp.), publicada en La Zurda, México, N° 29, octubre-noviembre de 2015.

Reseña de Gibrán Ramírez Reyes
Estudiante de la maestría en Ciencia Política de El Colegio de México A.C.

Nunca fue más precisa la imagen: Octavio Rodríguez Araujo recorre la historia y debates de las izquierdas mexicanas a lo largo del siglo XX a vuelo de pájaro. Libremente; con variaciones en la velocidad, algunos acercamientos minuciosos, largos recorridos panorámicos, descensos en picada, algunos movimientos inesperados y sorpresivos, así como regiones que recorre más rápidamente, pero prácticamente sin dejar de pasar por ninguna. Casi no albergo duda sobre que Rodríguez Araujo es el especialista más capacitado para realizar esta tarea, pues las izquierdas mexicanas fueron uno de sus principales intereses desde su primer libro, sobre el Partido Comunista. Si cabe la duda, también podría compararse este reciente libro con otros previos sobre el mismo tema, centrados en un actor, o más recientes, escuetos por querer ser abarcadores (el de Carlos Illades, por ejemplo).
El trabajo de Rodríguez Araujo se autodefine como ensayo, pero en realidad es difícil de clasificar. Es cierto que su densidad histórica podría hacer que se considere un trabajo de reconstrucción y articulación historiográfica, pero sólo por momentos. El estilo de redacción, a medio camino entre documentado artículo politológico y ensayo político crítico, hace que por otros momentos sea algo muy diferente. En realidad y dependiendo del pasaje, el texto de Octavio Rodríguez Araujo es todas esas cosas. En general, se trata de una mirada crítica, global, rigurosa y quizá muy polémica, a los avatares de las izquierdas, en particular socialistas (probablemente Rodríguez Araujo sostendría que para ser de izquierda se debe ser socialista). Creo tener la certeza de que a casi ningún militante dejará contento el resultado, difícil de refutar. A continuación presento una descripción mínima del texto, que por fuerza dejará de lado cosas esenciales.

Ruta

Antes de tratar la ruta, vale la pena detenerse en las coordenadas. Rodríguez Araujo nos recuerda que el reformismo, dominante en México, postuló un etapismo consistente en el desarrollo, primero, de la democracia y la economía y, después, una gradual llegada al socialismo (de acuerdo con la tesis de Kautsky).
El sectarismo ultraizquierdista, por el contrario, siempre comportaría dogmatismo y voluntarismo que causa que se rechacen las tribunas legales y la acción parlamentaria. En medio, en el rechazo de ambas formas -en el principio del libro-, Lenin, Trotski y Luxemburgo: revolucionarios no sectarios. Llama la atención que para Rodríguez Araujo las izquierdas mexicanas parecen desenvolverse en las líneas extremas de esta oposición. O reformistas, que bien podrían ser ingenuos u oportunistas (al final impotentes), o ultraizquierdistas sectarios que favorecen, en última instancia, lo que quieren combatir (este juicio es mío). En lo que alcanza a verse, no hay punto medio.
El camino que Rodríguez Araujo eligió para el recorrido se guía por ese contraste entre revolucionarios y reformistas en que se hallan tres momentos: "el primero del socialismo tradicional sujeto en buena medida a la Internacional Comunista y al Partido Comunista de la Unión Soviética, el segundo con la aparición de la crítica izquierdista a esta última y el tercero coincidente con la decepción del pasado y la adopción de dos vías por principio incompatibles: la electoral y parlamentaria con el concurso protagónico de los partidos políticos […] y el movimientismo sin objetivos claros […] (con ciertos ingredientes de una suerte de neoanarquismo no siempre explícito)" (p.12). Esta distinción, operante para describir este largo trayecto, se pierde a veces en el transcurso de las páginas, que entran en detalles y desarrollan narrativas menores minuciosamente.
El libro se integra por ocho capítulos: 1. el Partido Comunista Mexicano y similares, 2. El espartaquismo y el maoísmo, 3. el Movimiento de Liberación Nacional, 4. el trotskismo, 5. El movimiento de 1968, 6. Los movimientos armados de izquierda, 7. la socialdemocratización de las izquierdas y 8. El Partido de la Revolución Democrática y Morena.

El PCM y su órbita.

Hasta los 50, el Partido Comunista Mexicano fue el referente de la izquierda. La existencia del comunismo mexicano sirvió, dice Rodríguez Araujo, por lo menos para demostrar que había derechas, pero no mucho más. En este capítulo, el autor sopesa las fuentes, recuerda el libro pionero que escribió con Márquez Fuentes y da cuenta, con grandísimos trazos, de las determinantes principales del trayecto histórico del PC hasta finales de los años 50: las directivas internacionales que marcaron sus giros -primero al sectarismo en el VI Congreso y después a la derecha en el VII, por ejemplo. Pasa, desde luego, por las expulsiones del partido desde el Congreso Extraordinario de 1940 y otras de sus políticas que podrían, suavemente, calificarse de erradas. Es particularmente relevante para el autor el final del período de Encina como secretario general del partido y la crisis de fines de los 50. En ésta, ni el PCM ni el POCM -generado por las expulsiones y escisiones del primero- interpretaron correctamente los signos de los tiempos y tuvieron errores estratégicos que les costarían muy caro.
Para Rodríguez Araujo fue sobre todo a partir del movimiento de los ferrocarrileros que se gestaría una disidencia interna que rebasaría por la izquierda a los comunistas, rebase que se repetiría en 1968. Si se juzga al PCM como propone Rodríguez Araujo (por la congruencia con sus postulados y por su contribución al avance de los sectores subalternos), la crítica implacable se revela imperativa. Sin embargo, si hemos de comparar lo dicho con lo hecho, sería posible, más allá de sus derrotas, detenerse en qué sí aportaron las disidencias impulsadas por unos comunistas -aunque repudiadas por otros- en esos años, sobre todo entre profesores y ferrocarrileros. Ello, no obstante, no puede pedírsele al texto justamente por reivindicar su naturaleza ensayística.

La crítica izquierdista

El segundo momento de los anunciados por el autor es el de la crítica izquierdista a las posiciones tradicionales del reformismo. Este se inauguraría con el espartaquismo impulsado por Revueltas, después de la expulsión de las células Marx y Engels del PCM y su posterior renuncia al Partido Obrero Campesino. El organismo germinal de esta corriente sería la Liga Leninista Espartaco, fundada en 1960 (expulsaría a Revueltas en 1963, con Eduardo Lizalde, por supuestas desviaciones del leninismo): un organismo "no muy sólido" en el que la lucha por la construcción del partido del proletariado fue sobre todo un debate teórico, en palabras del autor. Quizá por la exacerbación de un presunto doctrinarismo, florecieron organizaciones espartaquistas de las que Rodríguez Araujo da cuenta, incluso con detalles personales como el del asesinato que hizo que Guillermo Rousset se exiliara de México. En general, se trató de organizaciones pequeñas, beligerantes, activas y sectarias.
El espartaquismo habría tenido también una deriva maoísta que fue, a su vez, una de las promotoras principales del movimiento urbano-popular en el área metropolitana de la ciudad de México. También, coexistió con maoísmo proveniente de un origen diferente, como el del grupo Política Popular, que en su momento derivó en organizaciones que se vincularon con las Fuerzas de Liberación Nacional, por un lado, y con el gobierno, por otro, sólo para mencionar algunas de sus variantes, que también incluyeron una diluida llegada al Partido del Trabajo. Este apartado es denso y quizá complicado, pero muy ilustrativo. Logra establecer conexiones entre grandes cambios ideológicos y organizaciones de diversa escala, a la vez que da elementos para quien se proponga rastrear el impacto que pudieron tener en la vida pública. Este es de los fragmentos donde el estudio se revela como una sólida avanzada a un territorio por explorar.
A los trotskistas Rodríguez Araujo les dedica un capítulo. En éste, además de que recuerda que la historia les dio razón en ciertos juicios, critica acremente el antitrotskismo de, por ejemplo, Fidel Castro, pero reconstruye una parte de su motivación en el desprestigio que atrajeron al trotskismo figuras como la de Adolfo Gilly o J. Posadas. Después, se hace un recorrido por el sectarismo y vuelco anarquista de algunos trotskistas que construyeron -posteriormente a su paso por el zapatismo- medios alternativos de cierta importancia como Rebeldía.
El Partido Revolucionario de los Trabajadores ocupa un lugar destacado en el análisis de Rodríguez Araujo. De este apartado parece destacarse la coherencia de los trotskistas entre sus principios, sus objetivos y sus acciones, no tanto con sus resultados, como estableció críticamente con el comunismo mexicano.
De 1968, Rodríguez Araujo hace un erudito a la vez que sintético recorrido por la nueva izquierda, sus orígenes y vertientes intelectuales críticas tanto de la izquierda tradicional cuanto de la derecha y el capitalismo. Rememora que la "crítica a Lenin y sobre todo a Stalin se extendía a los partidos de la izquierda tradicional, a la política tradicional, a las universidades tradicionales" (101), al capitalismo, a lo que se presentaba como socialismo, a la burocracia y al reformismo. En las diferentes latitudes, los movimientos aparecieron como una protesta contra el autoritarismo, a veces de forma antipolítica y hasta antiintelectual, aunque los precedieran movimientos intelectuales notables en los que se inscribían Castoriadis, Sartre, Deutscher, entre otros. De México, el autor recuerda algunas especificidades del movimiento y que su represión derivó en la radicalización de algunos sectores y su incorporación a movimientos armados.
Entre las guerrillas, aunque hubiera las que provinieron de la radicalización mencionada, no sólo las hubo de base urbana e intelectual, sino que surgieron algunas de base rural, por conflictos de tierra y condiciones de vida. "Intelectuales o no, es innegable que quienes formaron y participaron en grupos armados de izquierda fueron no sólo consecuentes con lo que pensaban para cambiar positivamente la realidad que vivían sino que arriesgaron su vida por ello" (112). Estas dos vertientes se tratan con suficiencia, sin dejar de dar lugar a la contraparte: la guerra sucia, la Dirección Federal de Seguridad y la Brigada Especial Antiguerrillas. Aunque comprenda el sentido de su acción, las guerrillas no escapan a la crítica, especialmente por el papel que tuvieron en universidades en que predominaron. Por otro lado, se critica también la conducción del zapatismo hasta nuestros días. En este apartado hay, asimismo, detalles anecdóticos, esta vez personales, como la polémica de Rodríguez Araujo con Yvon Le Bot o Alain Touraine por el carácter socialista del zapatismo. Del final del capítulo conviene rescatar una pregunta ¿Qué tan dispuesta está la clase social en el poder a ceder ya no a alternativas anticapitalistas sino sólo antineoliberales? Si volteamos al 2006, las respuestas no parecen alentadoras.

Antiimperialismo y socialdemocratización.

Lo que para Rodríguez Araujo es centro izquierda incluye también al Movimiento de Liberación Nacional, en que las izquierdas socialistas se acercaron más al nacionalismo revolucionario y al que no concurrieron ni trotskistas ni espartaquistas. Es decir, hubo casi una confluencia total de izquierdas reformistas que al final no avanzaron en su construcción antiimperialista de la liberación nacional. Creo que esto puede decirse actualmente sin ser peyorativo. Salvo contadas ocasiones, el Partido Comunista fue reformista, aunque se tratara de un reformismo radical equivalente a algunos -como Carlos Pereyra- a ser revolucionario. El MLN era sobre todo antiimperialista, como ya se dijo, pero en realidad fue un organismo poco exitoso, que no hizo mucho más que sus esfuerzos organizativos.
De la crítica al MLN el foco vuelve a estar sobre el PCM y sus nuevas inconsecuencias. Quizá puede ser que estas mismas derivaran después en lo que para Rodríguez Araujo fue su completa socialdemocratización del Congreso XVIII (el eurocomunismo a la mexicana), posterior a un efímero giro a la izquierda patente en sus documentos. Empezaría también entonces la línea de la unificación, que conviene pensar serenamente: llama la atención la anotación de que ni juntos ni separados los partidos incrementaron su poderío electoral, como sí lo haría la candidatura de un priista famoso. ¿De qué sirvió en realidad y cuál fue el impacto de la unificación?, ¿qué habría sido de ésta sin los personajes caudillistas notables, que habrían sido notables aún sin la fusión de los partidos? Son preguntas que quedan después de leer el apartado correspondiente. En Morena, como el PRD -antineoliberales y sólo de izquierda por comparación a los otros partidos-, lo más importante han sido los candidatos.
Quizá porque ya ha dedicado muchas páginas a la reflexión sobre las izquierdas contemporáneas, el capítulo que Rodríguez Araujo dedica a estas dos organizaciones es más pequeño. Además, es sólo el final de un denso camino.

Balance

El texto sin duda es polémico, pero probablemente más en las críticas del autor que en las interpretaciones, hechas sin torcerle la mano a la historia. Algunos podrían argumentar que la crítica no es igualitaria y es menos dura con el espartaquismo, el maoísmo, ciertos movimientos armados y el trotskismo, quienes parecen más principistas. Esta crítica, de hecho, fue la primera en expresarse en la presentación del libro. Sin embargo, hay motivos para ponderarla. Principalmente, que estas organizaciones -quizá salvo algunas guerrillas- persiguieron objetivos más modestos. Creo, además, que la información presentada es suficiente para que el lector forme su propio juicio.
En mi opinión, el libro de Rodríguez Araujo es un mosaico de monografías interconectadas hábilmente: cada una enfatiza un actor y período, sin desvincularse de los demás. Esta virtud hace que el texto sea por momentos muy denso, quizá más de lo que precisa el gran público. No obstante, en ello reside también su gran virtud: aunque no esté organizado de esa manera, el libro de Rodríguez Araujo es el único en su tipo que permitiría extraer de él una auténtica genealogía de las organizaciones de la izquierda mexicana. El autor se detiene mucho tiempo en el análisis de organizaciones que fueron menores en número o en años de vida que otras, pero justamente estas han sido las que se han olvidado en la bibliografía existente que pretende tratar el universo que "la izquierda" significa. Además, es posible que el peso de organizaciones como el Partido Comunista esté exagerado en otros textos que lo tratan: si bien su fuerza simbólica era mucha, era un partido de unos cuantos miles de afiliados después de su crisis, dicho sea esto sin demérito de la influencia que los comunistas pudieron tener en organizaciones sindicales.
Otro punto de discusión sería la caracterización de las actuales como organizaciones de centro-izquierda. Es cierto que son menos de izquierda que muchas que hubo en el pasado, pero ¿hay un punto de comparación objetivo que no sea doctrinario o deben compararse con lo que la realidad impone? Hoy, las luchas de las izquierdas son mucho más modestas que antes y las grandes transformaciones anticapitalistas no están en la agenda. Son tiempos oscuros en que hay que defender lo más básico porque el neoliberalismo lo amenaza. Por eso, las agendas socialdemócratas que antes eran mínimas hoy son calificadas de radicales por muchos políticos de diferentes latitutes. Ir más allá en un programa político parece, más que imposible, un error estratégico para empezar a avanzar desde el punto en el que estamos hacia una menor desigualdad. (¿Estaré siendo yo mismo un posibilista?).
El libro de Rodríguez Araujo es de consulta obligada no sólo para los académicos que estudian el sistema político mexicano, sino también para los militantes de una izquierda mexicana que para reinventarse debe dejar de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero también tomar conciencia de cómo vinimos a dar a esta desoladora posición.

Regresar